El violinista recorre toda España y medio mundo con 'La increíble gira del violín', en la que cuenta la historia 'personal' de su instrumento.
El abuelo de Ara Malikian escapó del genocidio armenio (1915-1923) gracias a un violín. Alguien se lo dio y él fingió que formaba parte de un conjunto musical. Pudo huir a Líbano, donde se instaló. El padre de Ara, que era violinista, le enseñó a tocar el instrumento al pequeño en plena guerra civil libanesa. Así que le tocó emigrar también al nieto, hasta que llegó a España, donde logró ser concertino de la Orquesta Sinfónica de Madrid (Teatro Real). Pero aquel mundo no le convencía y su violín escapó, una vez más, para probar suerte en otros ambientes y escenarios, hasta convertir a su dueño en una especie de rockstar del instrumento. Prueba de ello es La increíble gira de violín, un tour que finalizará el 29 de diciembre en el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid ("un lugar donde no se suele tocar Mozart", se ríe él), después de recorrer España de arriba a abajo y de pasar por países como Brasil, México, Argentina, Italia y China.
"A través de la música cuento la historia de mi violín. Fue regalo de mi abuelo y aunque no es un stradivarius ni tiene ningún valor económico, ha tenido una vida muy especial. De hecho, salvó la vida de mi abuelo y, de algún modo, la mía también", explica Malikian. Así que en este espectáculo intenta hacer un recorrido por las músicas que ha podido tocar: "Música desde el barroco hasta Led Zeppelin y David Bowie, pasando por Mozart, Chopin, Paganini... Un viaje por muchos lugares, por muchas culturas y por muchas épocas de la música".
Para el violinista, "vivimos en una época en la que hay que deshacerse de etiquetas. Es hasta una falta de respeto llamar música 'culta' o 'seria' a la música clásica. Para mí es música, que te llega o no, según los gustos, los momentos y la manera de interpretarlo. Puedo estar tocando Miles Davis de un modo más clásico o al revés", formula. "Uno tiene que emocionar. La música, el arte, la cultura es libertad. En este mundo de la música clásica, y también en otros como el flamenco o el jazz, se empeñan en dictar limitaciones, reglas, cómo hay que hacer las cosas. Y eso es lo contrario al concepto del arte, que no tiene límites ni fronteras". Le pueden decir: "Así no se toca Bach". Y él responderá: "Ya, pero es que yo quiero tocarlo así".
Para él, "el mundo de la música clásica parece más preocupado de hacer una interpretación históricamente fiel que de emocionar. Y es una pena, porque no tocamos para estar en un museo". Durante años, intentó "encajar en ese mundo". "Quería ser como ellos, pero no me salió. En el momento que vi lo que había fuera, me di cuenta de lo grande que es el arte. Y es una pena, porque la música clásica es tan grande, pero se queda estancada en este mundillo tan chiquitito y cerrado. Y no sólo por los intérpretes, sino también por los promotores, programadores, directores… Todo lo que está alrededor".
Por eso le inquieta que "cualquier orquesta del mundo esté preocupada porque tienen llenar los auditorios". Una situación a la que se le suma la dependencia de dinero público para la supervivencia del sistema. "El público no es tonto y cuando paga un dineral por ver un concierto quiere algo, no sólo lo hace por decir que ha ido. Pero, a veces, la actitud de la orquesta no está en la onda de hacer vibrar".
Por eso, agradece que la bodega Ramón Bilbao patrocine la gira: "Es un vino diferente, que se atreve a aventurarse en nuevos gustos, nuevas maneras de hacer vino. Por eso nos relacionamos muy bien el uno con el otro".