Para Agustina Dergarabedian, de 25 años, Armenia era ese gran misterio signado por la dolorosa historia de sus antepasados. Ni sus bisabuelos, ni su abuelo, Roberto, que había fallecido cuando su padre era chico, habían querido inculcarles la cultura de su país de origen a sus descendientes. Fue así que el enigma creció irremediablemente y la llevó a imaginar aquel rincón del mundo de infinitas maneras a lo largo de su infancia y adolescencia, hasta el día en que tomó coraje y decidió que era tiempo de derribar los muros familiares y dejar atrás las fantasías para darle paso a otra realidad; poner sonidos, texturas, sabores, paisajes y aromas en sus raíces desdibujadas.
Sintió la necesidad de salir a explorar cuando estudiaba para recibirse de Licenciada en Comunicación Audiovisual en la Universidad Nacional de San Martín. Por aquella época, trabajaba la jornada completa en una agencia de marketing, estudiaba de noche, vivía sola y, gracias a un enorme esfuerzo, se recibió en tiempo y forma. "Entonces me atreví a premiarme y salir a cumplir mi gran sueño de la mano de un programa de voluntariados llamado Birthright Armenia, que permite que los jóvenes armenios viajen a su patria por un año para vivir allí en casas de familia", explica.
Después de 100 años, Agustina era la primera de su sangre en volver a Armenia, lo que causó una intensa emoción en su entorno. Plena de felicidad, partió en un largo viaje hacia un destino que la ayudaría a reconstruir y comprender parte de su identidad y su pasado.
Arribó sumida en un estado de pura ilusión. Estaba cansada y algo confundida por el jetlag, pero emocionada por pisar, finalmente, la tierra lejana de sus bisabuelos. Envuelta en un torbellino de sensaciones, el primer impacto visual vino de la mano de la arquitectura de origen soviético, añosa, con mucho cemento. Con exteriores desmejorados, al tiempo descubrió interiores con hogares bonitos y prolijos. "Y la tarde del día en el que llegué conocí la Plaza de la República, la principal de Ereván, y uno de los lugares más representativos del país. Fue un momento mágico en el que sentí que realmente había concretado mi sueño tan anhelado".
Sin embargo, aquellas impresiones iniciales resultaron ser apenas el comienzo de una experiencia que marcaría la vida de Agustina para siempre. "Recuerdo mis primeros días muy plenos, donde estuve 100% presente en el momento y viviendo todo con mucha intensidad. Para sumar emociones, a la semana comenzaron algunas protestas en contra del Primer Ministro, Serzh Sargsián, un tipo muy corrupto que estaba hace muchos años en el poder. Lo que comenzó como algo pequeño, mayormente impulsado por estudiantes universitarios, se convirtió en La Revolución de Terciopelo", relata conmovida.
Al principio, Agustina no le dio demasiada importancia a los acontecimientos, que creyó pasajeros. Sin embargo, el lunes 16 de abril despertó con las calles cortadas, bocinazos y revuelo. "En mi pasantía nos dieron la tarde libre, porque era imposible trabajar con tanta conmoción afuera. Decidí ir a una manifestación con dos compañeras, que eran estudiantes universitarias de unos 22 años. Ellas tenían mucha esperanza y ganas de rebelarse de forma pacífica contra el sistema y generar un cambio en el país; fue grato acompañarlas", rememora.
Por su parte, la familia local de Agustina estaba asustada y en un primer momento le pidieron que no salga. En 2008, unos manifestantes habían muerto y el hecho los había afectado notoriamente. Con el correr de los días las protestas escalaron, aunque de forma pacífica. Las personas cortaban las calles y hacían asados, había juegos y bailes, y se las podía observar trabajando con sus notebooks, sentadas en una alfombra.
"Fue algo inaudito", relata la joven, "Hasta hoy, recuerdo el lunes 23 de abril de 2018 como uno de los días más felices de mi vida. En esa jornada, Serzh Sargsián renunció a su cargo y el país estalló en alegría. Fueron horas de euforia, baile, unión con los locales y otros voluntarios armenios de países como Uruguay, Brasil, Estados Unidos, Rusia, Chile. Las personas estaban felices, fue una victoria colectiva, jamás viví algo así. Se sintió como un logro de todo el pueblo, unido y con la esperanza de alcanzar un país mejor después de tantas décadas de corrupción".
Desde el comienzo, la influencia soviética fue un aspecto que tomó por sorpresa a Agustina. A pesar de la independencia de URSS alcanzada en 1990, la sujeción con Rusia le resultó notable, tanto por el idioma -todos los armenios hablan su lengua y ruso-, así como en los edificios y en muchas de las costumbres y comidas. Notó que los platos locales diferían bastante de la comida armenia que se sirve en la Argentina, los halló más simples y con notas pesadas y aceitosas, especialmente en el desayuno. "Creo que una de las cosas más valiosas de vivir con familias locales es conocer su dieta real y no solo la comida de los restaurantes", observa al respeto. "¡Y el agua es gratis! Hay bebederos con agua potable en todo el país y podés tomar agua del grifo sin problemas, entonces tus gastos de bebida pueden reducirse a cero", agrega.
Por otro lado, el sentido de unión y orgullo nacional también llamaron su atención rápidamente. Rodeada de sus históricos rivales, Turquía y Azerbaiyán, Agustina supo que las fronteras de Armenia con dichos países se encontraban cerradas por conflictos, algo que percibió como un gran generador de unidad. "Se observa hasta en las danzas, por ejemplo, que son todas grupales. Creo que esto, junto al sufrimiento pasado y la reducción de territorio que han tenido a lo largo de los años, los ha hecho muy orgullosos de su país. Dicen que tienen el mejor pescado, los mejores paisajes, y que han inventado muchas cosas", cuenta entre risas. "En Armenia viven 98% armenios. El servicio militar es obligatorio por dos años para todos los jóvenes de entre 18 y 27 años. Esto hace que la sociedad esté muy militarizada y también muy marcada por la guerra", continúa.
En su nuevo hogar, a Agustina le resultó complejo acostumbrarse a una comunidad en extremo conservadora y patriarcal, donde la mayoría de las mujeres de su edad no salen a bares o a bailar, actividades que están mal vistas. "Todo es muy machista", asegura, "No al punto de los países musulmanes, pero todavía hay un largo camino por recorrer. Muchas mujeres no desarrollan sus carreras profesionales después de casarse, se dedican 100% a sus familias".
En el país de sus ancestros, Agustina se deleitó ante paisajes variados, hermosos y cercanos (tiene un tamaño similar al de misiones), colmados de rutas montañosas, montes, lagos, campos verdes, cascadas, parques nacionales y antiguos monasterios, huellas que señalan a Armenia como la primera nación cristiana del mundo. "Se pueden hacer escapadas por el día e, incluso en Ereván, me sorprendió que la inseguridad es mínima. Podés dejar tu celular y billetera sobre la mesa sin problemas algo a lo que, como argentina, me costó acostumbrarme y luego disfruté mucho".
En relación a lo laboral, Agustina representó a la ONU en eventos en distintas regiones y entabló una hermosa relación con sus compañeras de trabajo, amigas hasta el día de hoy. "Pero Girls of Armenia Leadership Soccer (GOALS) fue, sin dudas, una de las experiencias más inolvidables de mi vida. La organización trabaja la igualdad del género a través del fútbol", revela, "Crean equipos y brindan todos los recursos; se desempeñan en todas las provincias del país y utilizan el fútbol para derribar mitos y fomentar el liderazgo de las chicas. Poder impulsar un tema que me apasiona tan de cerca y en un país tan distinto fue un sueño. Y, gracias a este trabajo, pude conocer casi todo el país. El equipo se convirtió en parte de mi familia".
Para Agustina, vivir en Armenia fue encontrarse con un país colmado de oportunidades, pero con una gran barrera: el idioma. "Resulta complejo conseguir empleo sin dominar el ruso o el armenio. Sin embargo, es un buen país para emprender. No es caro y hay lugar para inventar, crear. Actualmente, se está posicionando como uno de los grandes centros de IT del mundo".
En cuanto a la calidad humana, para la joven la experiencia fue insuperable. En su ciudad conoció gente solidaria y bondadosa, que la hicieron sentir como en casa desde el comienzo. "Aunque esto también implica que son bastante chusmas y si estás soltera te quieren casar con sus familiares, hijos, sobrinos", dice y ríe con ganas, "Viví con tres familias distintas, pero, sin dudas, la que más me impactó fue Julia. Una abuela de 82 años, que no sabía inglés. Nos comunicábamos a través de señas y nos divertíamos mucho. Ella era muy piola, no tenía problemas con que salga tarde de noche ni que haga mi vida. Generamos un vínculo muy lindo a pesar de no poder comunicarnos bien y nos hicimos mucha compañía mutuamente".
Agustina decidió volver a la Argentina para seguir estudiando y ganar experiencia en su área. "Me resultaba difícil sumar conocimientos laborales en Comunicación, sin saber bien armenio y ruso. Por eso volví con bastantes ganas y con la ilusión de trabajar duro para poder regresar", dice, "De todas maneras también apuesto a mi país, porque viviendo afuera me di cuenta de que es difícil encontrar el mismo nivel de oportunidades en el exterior si no estás bien formado, viajás con una propuesta laboral concreta o contás con doble nacionalidad. Sin embargo, creo que los argentinos somos muy ingeniosos y carismáticos, lo que nos permite crear un hogar en cualquier lugar del mundo."
En Armenia, Agustina siente que aprendió a adaptarse a circunstancias inesperadas. Regresó de un país con un idioma, alfabeto y costumbres tan distintas, que ahora considera que cultivó mayor paciencia e inventiva para abordar los nuevos desafíos.
"Aprendí a confiar que con el tiempo todo llega, que no vale la pena ponerse ansioso ni preocuparse demasiado por el futuro. Valoro más a mis afectos y a la vez me siento una ciudadana del mundo, con amigos en muchos países. Tuve la oportunidad de conocer Georgia, Rusia, Turquía, Grecia y El Líbano. Pude viajar sola por primera vez en mi vida, lo que fue una vivencia hermosa y poderosa para mí. Cuando llegué a Armenia sentí que volvía a casa, una experiencia que le recomiendo a todo aquel que tenga raíces en otro rincón del mundo. Porque no es lo mismo habitar en cualquier país, que hacerlo en uno donde tenés una conexión tan fuerte. Vivir en el lugar que transitaron nuestros antepasados es único, inigualable", afirma con una sonrisa.
Para Agustina, Armenia ya no es ese gran misterio signado por el duro pasado de sus ancestros. Hoy, gracias a su valentía, comprendió que todos somos capaces de narrar una nueva historia y construir nuestros propios recuerdos de las tierras que conforman nuestra identidad.
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