El Mundo
Domingo, 27 de marzo de 2005
CAMBIOS EN EL ESCENARIO INTERNACIONAL
El mosaico de Asia Central tras la desintegración de la URSS
IÑAQUI ORTEGA (EFE)
MOSCÚ.- La revolución popular en Kirguizistán, la tercera en el
espacio postsoviético en los últimos 18 meses tras Georgia y Ucrania,
amenaza con desatar un ‘efecto dominó’ en el patio trasero de Rusia.
Según los expertos, la desintegración de la Comunidad de Estados
Independientes (CEI), que agrupa a las 12 repúblicas ex soviéticas a
excepción de las bálticas, parece inevitable y todos los Gobiernos se
hacen la misma pregunta: ¿Seremos nosotros los próximos?.
Muchos dedos apuntan a la vecina Tayikistán, la república ex
soviética más inestable, pero el recuerdo de la guerra civil
(1992-97), que dejó más 100.000 muertos, y la fortaleza del
presidente, Emomali Rajmónov, que ha anunciado su intención de seguir
en el poder hasta 2020, descartan un escenario revolucionario. Rusia
cuenta con importantes intereses en este país, limítrofe con China,
donde aún conserva una importante presencia militar.
Turkmenistán, cuyo régimen también es denostado por EEUU y la Unión
Europea, parece a salvo, dados los intereses energéticos del gigante
del gas ruso Gazprom y la dependencia del gas turkmeno por parte de
Ucrania. El presidente vitalicio de Turkmenistán, Saparmurat Niyázov,
de 65 años, se mantiene aislado de la comunidad internacional, pero
no representa ninguna amenaza para sus vecinos.
Uzbekistán, el país más poblado de la zona con 26 millones de
habitantes, celebró a principios de año elecciones legislativas, que
se saldaron sin incidentes a pesar de que fueron excluidos todos los
partidos de la oposición. Islam Karimov, en el poder desde 1989 y con
ambición de seguir hasta 2012, se refugia en la latente amenaza
islámica, que le ha granjeado el apoyo de EEUU, pero la posibilidad
de un estallido de violencia está muy presente.
Kazajistán es el país más estable y con mayor nivel de vida de la
zona, lo que no quita que el presidente Nursultán Nazarbáyev no
cuente con grupos opositores, a los que ha perseguido y clausurado
sus sedes. En los últimos dos años, ha introducido profundas reformas
constitucionales y ha optado por la integración regional como forma
de combatir las ‘revoluciones de terciopelo’ en Asia Central.
En el Cáucaso, Armenia es el único aliado de Moscú, que dispone de
una base militar en su territorio, pero su presidente Robert
Kocharián no ha podido sacar a su país del atraso económico, lo que
ha acrecentado el malestar social.
Según la prensa occidental, Washington ya ha dado el visto bueno para
el cambio de régimen en Azerbaiyán, por temor a que Ilham Alíyev, que
reemplazó a su padre, Heidar, en unas elecciones “fraudulentas” en
2003, se eternice en el poder. Bush habló de este asunto con el
dirigente del movimiento juvenil ucraniano Pora durante su visita
oficial a Bratislava a finales de febrero, tras lo que decidieron
crear un “Centro de Expertos” para la propagación de la democracia en
la zona.
En Bielorrusia, las cartas están echadas después de que Rice
incluyera entre los “reductos de la tiranía” al régimen de Alexander
Lukashenko, que se presentará el próximo año a la reelección tras
reformar la Constitución en un plebiscito criticado por la comunidad
internacional. Este país parece el eslabón más débil, como
demostraron las protestas de varios centenares de opositores el
viernes en Minsk, pero Rusia tiene demasiados intereses políticos y
económicos para quedarse con los brazos cruzados.
En Moldavia, el hecho de que los comunistas, ganadores de las
elecciones legislativas de marzo, rompieran lazos con Moscú, le ha
dado al régimen de Vladímir Voronin carta de legitimidad ante
Occidente. “Hemos derrotado a la contrarrevolución”, proclamó Voronin
tras ganar los comicios, en los que no participaron los habitantes de
la región separatista de Cisdniéster, que se escindió de Chisinau
tras una guerra en la que contó con el apoyo militar de Rusia.
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