Clarin, Argentina
lunes 25 de abril de 2005
90º ANIVERSARIO DE LA MASACRE ORDENADA POR TURQUIA
Una gran marcha recordó el genocidio armenio
Marcelo Cantelmi. EREVAN ENVIADO ESPECIAL
“I was there”. En armenio y en inglés, la frase saltaba de un lado al
otro ayer en Erevan en carteles y remeras durante la gigantesca
marcha de más de un millón de personas que desbordó el monumento al
holocausto alzado en un cerro de esta ciudad. “Yo estuve allí”
decían, el 24 de abril de 1915, cuando comenzó el exterminio de este
pueblo por orden del régimen otomano.
Fue el principal acto en Armenia para recordar la masacre del millón
y medio de paisanos en el primer genocidio del siglo XX. La
ceremonia, con una presencia equivalente a los dos tercios de la
población de este pequeño país caucásico, mostró el carácter de
cuestión nacional que retiene este tema.
Pero también fue una experiencia cercana al asombro para un
observador extranjero. La gente marchó a lo largo de todo el día, por
momentos pecho con espalda, por un sendero empinado de menos de 15
metros de ancho. Familias completas, con sus abuelos, los hijos,
jóvenes con sus novias, montones de niños. La gente grande de
riguroso traje los hombres, y las mujeres con sus ropas de sábado y
domingo, con una elegancia antigua, cada uno llevando una flor.
De tan compacta, la multitud parecía una serpentina viboreando
apiñada en el largo trayecto por el cerro hasta la cima donde se alza
el monumento con una llama permanente. Cantidad de jóvenes con
aquella leyenda en las remeras, banderas y carteles de repudios
contra Turquía le agregaban una sucesión de colores a la columna.
“Turquía falsifica la historia. El mundo no tiene derecho a olvidar
el crimen”, proclamaban los carteles. Arriba, frente a la explanada
del monumento, una orquesta y un coro recibía a la gente. La música
doliente, el intenso calor, el esfuerzo de esa multitud para subir
paso a paso la cuesta le dieron a toda la escena un tono peculiar y
conmovedor.
A lo largo del camino se veían cantidad de ancianos con su propia
historia a cuestas. Uno de ellos, con un traje gastado que el tiempo
le había tanto sacado como agregado colores, sonreía con un diente sí
y otro no, exhibiendo a este enviado la pechera cubierta de medallas,
casi todas ellas ganadas en la Segunda Guerra a las órdenes del
Kremlim.
La ceremonia cuidadosamente preparada tuvo un objetivo político
transparente de presión para que Turquía reconozca la masacre. El
propósito del gobierno y la diáspora, que reúne a más población en el
mundo que en la propia Armenia, fue aún más ambicioso: darle a este
90º aniversario la forma de una ofensiva para que la cuestión del
genocidio abandone el sitio secundario, amenazado por el olvido, que
la historia oficial intentó reservarle.
La masacre fue cometida por orden del Comité de los Jóvenes Turcos
del partido Unión y Progreso, que llegó al poder tras derrocar al
Sultán Rojo, Abdul Hamid II, en la primera década del siglo pasado.
Aquí no hubo cámaras de gas. La gente fue fusilada, hambreada o
enviada al desierto en una masiva deportación. Se lo hizo, con el
argumento de suprimir una supuesta alianza de los armenios cristianos
con Rusia, enemigo de la época de los otomanos en la Primera Guerra.
Al cabo se cumplía una orden ejecutiva que en su texto fríamente
escrito afirmaba: “El gobierno ha decidido destruir por completo a
todos los armenios que viven en Turquía, por muy criminales que
puedan ser las medidas a tomar, y sin tener en cuenta edad ni sexo,
ni escrúpulos de conciencia”. La firmaba Tallat Pasha, ministro del
Interior, Imperio Otomano. Estaba fechada el 15 de setiembre de 1915,
cinco meses después de iniciarse la masacre.