La Capital, Argentina
11 abril 2015
Del genocidio armenio a Tinelli
Dos próximos acontecimientos sin ningún punto en común repercutirán de
manera muy distinta en la sociedad argentina, que muestra dificultades
para el pensamiento crÃtico y la reflexión pero no con la
superficialidad de un popular programa de TV.
En las próximas semanas dos situaciones que aparentemente nada tienen
en común alcanzarán en la Argentina un impacto absolutamente disÃmil,
pero si se permite una amplia abstracción arrojan una fuerte señal: la
degradación cultural y educativa de buena parte de la sociedad.
Cerca de fin de mes se cumplirán cien años del genocidio armenio y
también el conductor Marcelo Tinelli volverá a sus programas de TV. El
primer caso obtendrá escasa repercusión en los medios de comunicación
mientras el segundo se convertirá en un tema relevante para millones
de televidentes.
Mientras lo que le ocurrió a un conjunto de seres humanos que fueron
masacrados a comienzos de siglo repercutirá como una noticia más
ligada a la historia que aburre, el “Bailando” de Tinelli no sólo que
concentrará gran atención durante su emisión en vivo sino que al dÃa
siguiente se lo analizará en detalle como si se tratara de un gran
acontecimiento cultural y social. ¿Por qué sucede tamaña disparidad?
¿Son los gobiernos, de todas las épocas, los que no promueven un
acercamiento a temas de mayor profundidad porque la oferta liviana
produce en las masas un buscado efecto narcotizante de contención
social?
No se trata aquà de postular una petulante intelectualización ni la
erradicación del entretenimiento genuino para reemplazarlo por la
historia o la polÃtica, si no de ahondar en las conductas sociales y
analizar por qué millones de personas, no sólo en la Argentina sino en
todo el mundo, se sienten atraÃdas por propuestas vacÃas de contenido.
Historia familiar. El 24 de abril se cumplirá un siglo del genocidio
armenio cometido por el imperio otomano en medio de la Primera Guerra
Mundial para deshacerse de una población a la que siempre consideró
hostil dentro de su territorio. Ese dÃa de 1915, tropas turcas
deportaron a 600 profesionales, intelectuales y artistas armenios a
Constantinopla (hoy Estambul) donde luego los exterminaron. Sin
embargo, el sufrimiento de ese pueblo no terminó ahà y se extendió aún
después de terminada la guerra con persecuciones, marchas forzadas de
expulsión y otras gravÃsimas violaciones a los derechos elementales de
los integrantes de una nación que no habÃan hecho otra cosa que
respetar sus tradiciones ancestrales.
Los armenios fueron el primer pueblo de la antigüedad, en el siglo IV,
en adoptar el cristianismo, es decir antes que los romanos e incluso
previo a la aparición del islam como la tercera religión monoteÃsta.
Se estima hoy que entre 1915 y 1923 cerca de un millón y medio de
armenios, niños incluidos, fueron asesinados. Se considera a esa
masacre como el primer genocidio del siglo XX, que aún hoy TurquÃa no
reconoce y lo pone en duda pese a toda la evidencia en contrario.
Después de ser parte del imperio otomano, los armenios, como entidad
nacional, pasaron a integrar la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) hasta 1991 cuando declararon su independencia tras
la caÃda del bloque socialista. Hoy es un pequeño paÃs con un sistema
presidencialista que limita al oeste con TurquÃa, su antiguo
victimario.
Muchos de los sobrevivientes de la matanza de las primeras décadas del
siglo pasado se dispersaron por varias regiones de Asia, pero también
llegaron a Latinoamérica. Entre ellas, la familia Hairabedian, que se
instaló en un principio en Córdoba para formar parte de una importante
colectividad, y luego se asentó en Buenos Aires.
Como tantas otras familias diezmadas por el crimen colectivo a manos
de los “Jóvenes Turcos”, como se llamaba a los que detentaban el poder
en el imperio otomano en esa época, los Hairabedian tenÃan familiares
que no habÃan logrado sobrevivir al exterminio. Fue asà que Gregorio
Hairabedian, nacido en Argentina, siempre quiso conocer el destino de
parte de su familia y reclamar justicia por crÃmenes que no han tenido
hasta ahora mucha difusión en ninguna parte del mundo. De profesión
escribano y colaborador incansable en las causas de derechos humanos
en la Argentina, en el año 2000 inició un juicio por la verdad del
Genocidio Armenio al estilo de los que se desarrollaban en el paÃs
mientras estuvieron vigentes las leyes de punto final y obediencia
debida que luego fueron derogadas. Fue asà que poco más de una década
después y mediante un fallo judicial favorable, la Argentina se
convirtió en uno de los pocos paÃses del mundo que declaró que TurquÃa
habÃa cometido un genocidio contra el pueblo armenio. Fue una
sentencia declarativa pero que permitió a los armenios de la Argentina
poder bucear en el pasado y tratar de conocer qué habÃa sucedido con
sus familiares después de tantas décadas de silencio. Tras la
sentencia, el 1º de abril de 2011, la Argentina libró exhortos
internacionales a varios paÃses europeos que -algunos- colaboraron con
la colectividad armenia en la búsqueda de sus familiares y recolección
de pruebas de los crÃmenes masivos.
En el año 2005 se creó en la Argentina la Fundación “Luisa
Hairabedian”, en homenaje a la hija del escribano Hairabedian, abogada
y gran luchadora por la causa, quien habÃa fallecido tempranamente en
un accidente de tránsito. La Fundación, con sede en Buenos Aires, es
hoy un importante centro de estudios y documentación sobre el
genocidio armenio y el destino de miles y miles de personas que no
habÃan cometido otro delito que ser armenios.
La contracara. Mientras la conmemoración del centenario de la masacre
armenia pasará seguramente sin pena ni gloria, algunos medios porteños
ya promueven el regreso del personaje de TV más popular, el sin dudas
muy inteligente y hábil Marcelo Tinelli, quien ha demostrado cómo a
partir de la vulgaridad, la humillación (“era una joda para Tinelli”)
y el morbo ha construido un imperio mediático al que han sucumbido
hasta presidentes de la Nación.
Un periódico de circulación nacional publicó hace unos dÃas a todo lo
ancho y en lo más alto de su portada una gran fotografÃa de Tinelli
donde se anunciaba que el conductor se habÃa separado de su mujer, que
habÃa hecho un cambio interior (sic) y que tenÃa un nuevo look y
vestuario que probó en Punta del Este, todos temas de “verdadera”
trascendencia en un paÃs donde, entre otras graves situaciones
polÃticas y sociales, hace tres meses apareció muerto un fiscal
federal con un tiro en la cabeza y todavÃa no se sabe si se suicidó o
lo asesinaron.
En la nota, que nobleza obliga hubiera publicado cualquier medio de
comunicación que la hubiese conseguido porque es un tema que tiene
gran audiencia, se describen una sarta de banalidades y
excentricidades que pintan de cuerpo entero el problema de la
Argentina: la pérdida de los valores culturales que confronten con la
estupidez humana y la exaltación de la frivolidad como tubo de escape
al encuentro interior de las dificultades personales y de la sociedad
en su conjunto.
Tinelli, increÃblemente reconocido el año pasado como personalidad
destacada de la cultura por la Legislatura porteña, representa todo lo
opuesto al ideal de una sociedad madura, que deberÃa privilegiar el
trabajo, la educación y no el exhibicionismo, el “éxito” veloz y el
debate estéril. ¿Estos últimos son los valores que predominan en la
sociedad actual?
Si fuera asÃ, ¿cómo hacer para que quienes consumen esa propuesta
rápida de digerir, también reciban las premisas del valor del esfuerzo
cotidiano de una vida simple con las dificultades naturales del
desarrollo personal en un mundo lleno de complicaciones?
El problema no es Tinelli sino la internalización de ciertos valores
de la sociedad que el conductor sabe interpretar y ofrecer en
consecuencia. El desafÃo es cómo hacer llegar, además, los valores del
pensamiento crÃtico, de la capacidad de reflexión y el contacto con
los afectos interiores, contrapuestos a la superficialidad que se
observa en los programas de Tinelli.
Hasta ahora la propuesta de Tinelli parece ser la que triunfa, es
popular y seguida por millones de argentinos desde hace varias
décadas. Mientras, al genociodio armenio casi nadie lo conoce ni lo
conmemora. ¿Quiénes son, entonces, los equivocados?
El abordaje más profundo de este complicado fenómeno queda para el
análisis del lector.
http://www.lacapital.com.ar/columnistas/jorge_levit/noticia_0080.html